Lugar: Un parque en medio de una ciudad moderna en época de invierno.
Personajes: Lucio y Aurelio.
Aurelio: ¡Abuelo!, deje que prenda su pipa, le aseguro que el viento no apagará el mechero tan fácil.
Lucio: ¡No!, usar cerillas de madera, es para mí, un principio inalterable.
Aurelio: Usted siempre con actitudes pasadas, debería probar de vez en cuando las cosas nuevas que ofrece el mundo.
Lucio: A mi edad, las actitudes pasadas son lo único que se conserva de uno mismo, no lo entenderías, el mundo es amable contigo por tu rostro bien parecido de niño bonito, cuando lo pierdas, sabrás lo cambiante que es el mundo, ahí entonces, entenderás a lo que me refiero.
Aurelio: Pues lo entiendo.
Lucio: ¡No!, no lo entiendes Aurelio… Mira a esa pareja de adolescentes de allá. Estoy completamente seguro que llevan escasos meses, a juzgar por la miel que desprenden el uno por el otro. Probable es que hoy celebren un mes más, observa las deliciosas rosas en la mano de la joven. Pronto su amor se desgastará, en unos años más, la maravilla se desquebrajará y podrán ver, los verdaderos defectos y la basura que habrá de acumularse en sus corazones, eso, los conducirá al desprecio mutuo y a la inminente separación. Son todos tontos aquellos que piensan en la maravilla perpetua y quienes son tan necios como para perseguirla acaban siempre mal. Tu madre era como esos adolescentes, persiguiendo una ilusión, una felicidad inexistente que, entre muchos errores, la llevó a casarse con tu padre. Hoy, sin embargo, está hecha toda una depredadora, ya ves con qué facilidad es siempre encantadora y somete con la más inocente gracia a todo el mundo, incluyendo por supuesto al pusilánime de tu padre, que cumple con cada capricho que ella tenga.
Aurelio: Cierto es que mi madre es terrible.
Lucio: Por supuesto, tiene que serlo, es mi hija. También deberías comprender lo que tu madre: que la maravilla nunca dura para siempre y que es solo en la quietud de la amargura en donde se puede ser verdaderamente uno mismo.
Aurelio: ¿Pero qué ideas posee usted abuelo?, con el debido respeto, ¿sabe usted que en las reuniones familiares la familia de mi padre evita siempre hablarle?, porque lo consideran un anciano despreciable, lo tachan de inmoral y con sus temas y desventuras cuando era usted más joven, les creo.
Lucio: Estás en tu albedrío de creer lo que quieras Aurelio. No me engaño cuando digo que cualquier forma de moral es inmoral por sí misma, pues siempre es guiada por la conveniencia o cualquier otra forma de egoísmo. Nadie nunca se ha puesto de acuerdo, siempre hay una servidumbre; no existe tal cosa como una moral universal, es imposible hacer el bien sin dañar a otros, en este mediático mundo, pienso que, y atendiendo esta desagradable servidumbre, amar es la forma de inmoralidad más elevada.
Aurelio: (tras prender un cigarrillo con su dorado mechero), me inquieta que mencione eso abuelo, más cuando estoy a algunos meses de desposar a Abigail.
Lucio: (riendo), ¡Oh!, esa enérgica y amable joven, llamada así: Abigail. Mi mayor consejo para una próspera relación, es que te desenamores de ella lo más pronto posible.
Aurelio: (Sorprendido por las palabras del anciano), ¡¿Qué cosas dices abuelo?!, amo profundamente a Abigail, además de ser hermosa, es virtuosa y con grandes pasiones.
Lucio: Ninguna cosa de la que has hablado dura para siempre, como ves, la belleza no es perenne y las pasiones pierden fuerza cuando el alma se agota, ni hablar de las virtudes, que como ves, son de las primeras cosas en mermarse cuando una actitud indolente se encuentra en el descanso de lo cotidiano y lo monótonamente aceptable.
Aurelio: Tendré cuidado sin duda. ¿Cómo es posible que usted y mi abuela hayan podido vivir tanto tiempo juntos?
Lucio: Nuestro casamiento fue arreglado, por supuesto. La amé tontamente los primeros años, al darme cuenta de tal error, pasé los siguientes desenamorándome de ella hasta que lo logré. Fue una buena compañera, nunca se metía en mis asuntos y yo nunca sabía lo que ella pensaba.
Aurelio: Veo el porqué de nuestros familiares al acusarlo de viejo misántropo, esa indiferencia a formar comunidad y a amar.
Lucio: Por favor, no te confundas, mi indiferencia al concepto actual del amor es absoluta, tal indiferencia me ha permitido formar excelentes amistades. Ve tú Aurelio, que desprecio a todos por igual, eso es tanto más funcional que quererlos a todos por igual, nunca llego a rebajarlos, ni a condescenderlos con vacuo cariño.
Aurelio: Ciertamente es usted incorregible señor, podría aseverar sin lugar a error que odia a usted a la humanidad.
Lucio: También es ahí donde te equivocas, amo profundamente a la humanidad, mi desprecio, precisamente nace de este amor hacia la humanidad.
Aurelio: Su afirmación es contradictoria abuelo mío. Parménides, ya nos demostró hace tiempo que no hay verdad en la contradicción. ¿Sería tan amable de explicarme la fuente y la cualidad que lo hacen ser misántropo?
Lucio: (Después de un silencio, dado por encender su pipa y dar una gran bocanada de humo) Eres cruel al pedirme tal cosa, pero trataré de ahondar.
Soy por supuesto un ser humano, me gusta pasar por las calles nocturnas atiborradas de gente; ver sus rostros y sus destinos vacuos, me hace amar a la humanidad. Al tenerlos así: juntos, chocándose los unos a otros, sirviendo a un ilusorio propósito, ser su espectador, me hace sentirme menos solo.
Aurelio: Siento oírlo, si lo dice usted con tales matices no cabe duda que ha estado mucho tiempo solo y en estos años de su vida, debe ahogarse en la melancolía. Lamento haber preguntado y es sin duda, su mayor cualidad.
Lucio: ¡Oh, por favor, no lamentes nada!, alguna satisfacción he encontrado en la melancolía, en la calma de la redención y la impotencia, la incomodidad desagradable y el bienestar de dejarse fluir a la más baja e innoble condición, se llega a una edad querido, donde el solo hecho de mirar arriba hace que te sientas cansado.
Aurelio: Si insiste entonces, seguiré curioso al observar que, su fatiga no explica la fuente de su desprecio.
Lucio: La vida misma es la fuente, llega a desgastar los pensamientos y la mente. Mis pensamientos de alma taciturna, están colmados de amor y de desprecio. No hay contradicción si te digo que amar a la humanidad es tan doloroso, tanto, que llego a odiarla. Aún así, todos tenemos la necesidad de refugio en su cálido seno.
Contemplar a la gente sonreír ante la frivolidad, a amarse unos a otros y despreciarse, me hace sonreír y tumbarme a carcajadas por el absurdo de la vida.
Aurelio: Siempre me había preguntado de dónde nace su burla hacia todo el mundo, incluso hacia usted mismo, la familia de mi padre, asevera que es usted un payaso sin gracia.
Lucio: Pues yo me burlo de ellos, me burlo cuando dan siempre el mayor peso y consistencia a sus problemas, son seres volitivos, esclavos de sus deseos, que convierten sus obstáculos en las mayores existencias con las cuales chocar, ¿cómo no reírme?, me ataca siempre la feroz ternura y me hundo en carcajadas y les reitero: “Sí caballeros, esto es existir sobre la tierra, esto, es estar vivo”.
Me miran con desprecio. Yo también deseo llenarlos de substancia para chocar con ellos; tal substancia es el desprecio, este, los hará existir, tener carne y peso para poder amarlos. Que es la única manera en que amo a la humanidad. Yo no voy por ahí sonriendo a la gente con una guisa hipócrita y vacía. Mi desprecio los respeta, pues sé, que al final del día, ellos forman parte de mi y yo, formo parte de ellos.
Aurelio: (con mirada perdida), creo que necesitaré algo de tiempo para asimilar lo que me ha dicho.
Lucio: (Tras un breve silencio), que así sea, demos un paseo en silencio, quiero ver los rostros de las personas, es una actividad morbosa que no es por menos deliciosa.
Aurelio: Con lo que me ha dicho, lo intuyo.
Lucio: No. Me refiero a contemplar el efecto mismo de la existencia larga y pesada sobre los rostros de los hombres, eso es tanto morboso, como delicioso es ser espectador, pues nunca se tiene responsabilidad alguna sobre aquella miserable existencia… Como sea, demos el paseo, ya hemos charlado suficiente.
Aurelio: De acuerdo.
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