Blanca Compañía

 

Muchas veces, ya me he
visto, bañado de esta
blanca compañía.

Ensuciando el cenicero,
con el amor de la
melancolía.

A veces con las ganas
de olvidar un nombre
muchas otras con el corazón suelto
y las botellas vacías.

Y la acompaña la negra risa,
el humo de lejanas amistades,
de bajas pasiones;
de pecado, de poesía.

A veces —como hoy—,
el humo me inunda en los recuerdos;
cínico cuerpo infiel, en el gastado sitio,
donde jugábamos a querernos,
donde mentías a quien te quiso,
con tu amor gastado y
con mi enferma pysche
de dominar otros cuerpos.

Recuerdos en que el humo blanco,
fluía por la tierna mirada,
en que veía encender una risa
y aflorar un amor, de esos amores
que duran un intenso y cálido
suspiro y prevalecen para
toda una vida.

Con la rara misa,
el onírico dios
que acompaña los versos:
letargos de poetas
cuan sacerdotes muertos;
vivos santos de la mundana palabra

Exhalo la blanca compañía
y se muestra bella la muerte,
con G. Mistral tomándome la mano.

El cuerpo sintiose apagado
y parece que Acuña me arroja
a un abismo...
en que morir de amor
ya no es una locura.

Y lo encuentro dulce
y lo encuentro amargo
y encuentro a Neruda
en los rincones fumando.

Hasta cerrar los ojos,
quejosos de humo,
de extraviados pensamientos.

Hasta olvidar la risa,
hasta olvidar el llanto,
corroído estímulo que
he besado tanto.
Lánguido cuerpo,
quemado por la brisa.

Descansando en la
tumba del cenicero...
junto con los nombres
y un cuerpo cansado.

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